El sol de invierno

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Despertar.
Asomar la punta del pie por fuera del edredón y notar un leve cambio de temperatura.
Abrir los ojos y ver que la luz inunda la habitación.
En un día normal hubiera tirado del edredón para cubrirme la cabeza, aún a riesgo de dejar mis pies desnudos al descubierto, para quedarme ahí, y olvidarme del mundo...

Después de semanas sin ver el sol, esta luz es el mejor regalo que te puedan hacer, la luz del sol reflejada en la nieve aún intacta. Entonces da igual el frío que haga, hay que salir a la calle y caminar y ver el cielo azul, un azul más intenso del que puedas recordar, a través las ramas blancas de los árboles.

Es una luz que te llena de bienestar, te hace sentir limpia y te hace olvidar el frío intenso, es una sensación de felicidad que jamás había experimentado hasta que llegué a Berlin.

1 comentarios:

Semiotica dijo...

Sí que sí, a mí también me encanta, y me encanta que haga sol en una mañana nevada y que el blanco resplandezca como hecho de millones de piedrecitas transparentes.